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11 noviembre 2008

LA REINA, MUY DE CERCA

Al hablar en caliente se corre el peligro de convertir al hábito en un craso error. Es cuando hierve la sangre, sus brumos se expanden, se hinchan las arterias y el despropósito sale forzado al exterior, desde el fondo oscuro del atolondramiento, o de lo más hondo de la miseria humana. Corresponde pues, a cuando lo que se dice se hace a la ligera, o cuando se habla con la intención de hacer daño, sobre todo a las personas de las que nada se sabe, ignorando o silenciando sus méritos y buen hacer de gran dama, como es el caso.

Pasado el alboroto de los de siempre, el de los que ante cualquier circunstancia a la que puedan hincar su hediondo diente repleto de pus lo hacen sin demora, no sólo les queda la satisfacción biliosa escondida en su vientre, sino que están al acecho de una nueva dentellada que les haga engordar sus miserias.

De nada sirve que una persona respete toda orientación sexual sin que nadie pueda acusarla del más mínimo menosprecio hacia aquellos cuyo brazo de la balanza se ladea con mayor fuerza hacia uno de sus lados, cualquiera que sea, venciendo de forma clara esa doble inclinación que todos llevamos dentro, en mayor o en menor grado, y que será el que decida la condición sexual de cada persona. Sea desde su nacimiento o por las circunstancias de la vida, porque el derecho a escoger el camino de cada uno se inicia justo a partir del momento de poner los pies en la tierra, una vez se hace innecesario el bastón que nos protege de la gravedad. Camino que cada uno aprende a superar venciendo sus vallados, o eligiendo el de los atajos.

Y nada hace suponer que Doña Sofía, nuestra Reina, Reina de todos -porque ella así se ha ofrecido, sin que nadie pueda acusarla de lo contrario- sea irrespetuosa con el homosexual, sin que lo desdiga su opinión contraria de que el legitimo derecho a la unión de dos personas del mismo sexo, tenga que reconocerse como matrimonio, cuando, opiniones aparte, ello no lo es.

Es, no obstante, una unión legitima y puede y debe denominarse de cualquier forma menos de la que no le corresponde, sea aquella producida por lo civil o por la libre decisión de vivir juntos sin ningún tipo de lazo contractual. ¿Acaso la imaginación se ve anulada para encontrar la palabra adecuada? Algo de esto debe de ser.

Ser dueño de uno mismo, sin dejarse influir por los del recurso tan fácil como miserable, es la mejor receta para llamar al pan, pan, y al vino, vino. Sin embargo, la explosión manipuladora de lo políticamente correcto que nos atosiga, deja poco margen para ello.

Que una gran dama sea puesta en entredicho por una charanga de tamborileros del tres al cuarto, sólo lleva a estos al ridículo de sus bravatas, aliviados, eso sí, porque con su intención de hacer daño, incluso se convencen de haberlo logrado: tal es la simpleza que les inunda.

Nada de prisas pues en los exabruptos, que lo caliente escalda, a pesar del placer que les procura a los masoquistas que tanto abundan.

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