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18 marzo 2009

VALENCIA Y SUS DIAS DE FALLAS

Las fiestas de las Fallas son fruto de la fantasía y del fuego en torno al arte. Las Fallas son fuego. Fundamentalmente fuego. Fuego que alumbra el ingenio y sirve al mismo tiempo para expulsar en pavesas todo lo que estorba en nuestras mochilas.

¡Qué menos que un día al año sirva en purificar nuestras vidas al tiempo que aparece joven la primavera, cuando servicial como siempre se ofrece generosa.

En las Fallas hay bullicio, pero adornado con la música de las bandas valencianas que discurren por las calles entre trajes de falleras que las inundan de color. Allí se mezclan con el aroma de la pólvora sahumando la ciudad entre nubes de estruendos y ríos de gentes que navegan por sus calles al encuentro de un remanso donde surge el “ninot” lleno de ingenio y gracia.

Las Fallas son un popurrí popular en el que el arte se pone al servicio de la crítica urbana y se repite año tras año. Desde la sátira punzante, al esplendor del monumento exultante de barrocos retazos.

Las Fallas convierten a Valencia por unos días en una ciudad peatonal, ciudad en la que la noche y el día se funden entre la “mascletá” que sacude nuestros cuerpos al mediodía y los castillos que los relajan cuando las palmeras de luz y de colores se pierden en el cielo de la noche.

Las Fallas son traca y melodía, blusón y puro, chocolate entre buñuelos, cansancio y resuello, peineta y ramo, “ninot” y denuncia, petardo y “despertá”, “truc” y porfía, premios y lloros, arte e ingenio, realidad y sueños, “cremá” y “ninot indultat” que se libra del fuego. Son un derroche de pólvora, de arte, de gracia, de ingenio y de gentes que disfrutan agotándose por las calles. De fiesta de calle que fue, a fiesta de Ciudad a la que se conduce, rivalizando, no obstante y pese a ello, en unas comisiones enfrentadas tras el mejor de los premios.

Gentes que acuden y gentes que huyen alejándose de la fiestas porque así son siempre: los que las idolatran y quienes de ellas reniegan.

Pero la mujer valenciana se engalana y deja unas lágrimas ante su Virgen Patrona, que, desnuda, la visten de flores en el centro de su Plaza con los miles de ramos que la cubren de fervor al son de la música y con el desfile del mundo fallero, artífice de la fiesta, que pasa ante sus pies.

Trabajo de todo un año que desaparece en pocos minutos, pero que surge en la mente del artista fallero al mismo tiempo que arde la falla: cuando sus pavesas vuelan al cielo perdiéndose en la noche.

Muerte que no fenece renaciendo generación tras generación. La falla infantil de hoy, será la falla grande del mañana, en la que el espíritu fallero agotado por estos días de fiesta, resurgirá vibrante tan pronto el fuego pierda su última llama.

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