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08 marzo 2009

BEGUR Y LLANFRAC

Día 3
El martes, recorrimos las calles de Begur, tranquilo pueblo que discurre bajo una alta colina, lugar dominado por un castillo medieval en de su época feudal del que hoy nada queda, convertido en un magnífico mirador desde el que se contempla la belleza de la Costa Brava; deleite reservado para los días de límpido azul por lo que no pudimos gozar de su contemplación: el cielo encapotado no contribuía a tan bella vista, por lo que fue innecesario su ascenso.

En las calles de Bagur, destacan las excelencias de sus casas coloniales, testimonios del último colonialismo de ultramar pertenecientes a diversas familias catalanas emigrantes a la Cuba española donde lograron su riqueza con el negocio del corcho, especialmente, procedente de los alcornocales gerundenses.

En la actualidad, el recorrido urbano contemplado tan ricas casas que rivalizan en sus diversas vistas, donde las balaustradas, las pilastras, los balcones, sus fachadas de bellos ventanales, sus arcadas y sus singularidades arquitectónicas, así como también, la contemplación de sus torres de defensa en su casco urbano, justifica el paseo en la hora del aperitivo, haciendo tiempo a la hora de la comida, para la que habíamos previsto trasladarnos a LLafranc: un cercano pueblo marinero y residencial, donde un sabroso “suquet de peix” nos esperaba. El sitio elegido fue el nostálgico Restaurante Llafranc, de rico pasado folklórico y sabor daliniano, del que sólo permanece la elaboración del típico guiso de pescado, junto al recuerdo, eso sí, de los famosos de la farándula que decoran las paredes de su interior.

La tarde para descansar en las instalaciones del Parador, era nuestra principal tarea vespertina, con los constantes graznidos de las gaviotas, a los que una vez acostumbrado, el relajo tenía el atractivo de sus gráciles susurros.

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