Su constante afición a dividir a los españoles se ha visto confirmada con sus hojas de ruta en los diferentes momentos de su labor presidencial, ejercicio que ha degradado al estilo de los más hábiles inquisidores.
Primero fue atemorizando a las víctimas del terrorismo a quienes tachó de pertenecer al pasado y sus asesinos al futuro. Con su ley de la memoria histórica nos trasladó a épocas de enfrentamientos superados.
Con la farsa de su alianza de civilizaciones dio fuerza a quienes desde siglos combaten la nuestra que no es otra que la cristiana a la que trata de arrinconar apartándola de la vida pública española.
Utilizó como catecismo un articulado de mentiras y como credo pagano el del engaño, todo ello con la sibilina intención de ocupar a la opinión publica en otros menesteres ante la deteriorada situación económica a la que nos ha llevado creando un poder judicial corrupto a la ordenes de Rubalcaba, cual marioneta a su servicio.
Y en el comienzo del actual año juega de nuevo con la sociedad española con la “ley antitabaco” con la única intención de tenerla, no sólo ocupada en tales cuitas, sino también enfrentada entre los que están a favor o en contra del tabaco. Tabaco elaborado con los colgajos de una hojas secas anunciadas como brotes verdes por Zapatero apenas hace unos doce meses y de los que ahora se sirve como una más de sus muchas tretas por él pergeñadas.
Y todo ello debido a los diferentes virus que en él se incuban, como son los de la ineptitud, la incompetencia y la farsa. A los que se puede añadir los de la perversidad, la mala intención y la cobardía.
Abandonado el cargo, solo le quedará el recurso de dar conferencias en los burdeles del hampa, interesados en sus artimañas.
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