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22 julio 2011





Al presentar su dimisión como Presidente de la Generalitat Valenciana, la generosidad que alberga el Muy Honorable Francisco Camps, tanto en su persona como en lo político, alcanza su más alto grado, si es que antes no lo tuviera.

Convertido en el centro de la diana por quienes son incapaces de ejercer el noble ejercicio de la política con la dignidad que ésta se merece y a cuyo desprestigio se han dedicado en los últimos años, huérfanos de cualquier otra aptitud que les haga de merecer, corroídos por la envidia y la impotencia, se han dedicado en los últimos años a su caza y captura utilizando todo tipo de infamias e insidias. Para tal fin, se han valido y para su mayor deshonra, de un Estado de Derecho en sus propias manos, urdiendo la más siniestra cacería que jamás se conociera por los campos de Jaén.

Con su dimisión, la hombría de Paco Camps crece como la espuma y en la misma medida que las miserias personales (que muy pronto florecerán) de quienes han diseñado un escenario para derrotar ruinmente a quien no han sabido hacerlo en la urnas.

El Poder Judicial está para proteger al ciudadano y no para prestarse al juego de un Gobierno incompetente, embustero y dispuesto a utilizarlo para desprestigiar a una persona honrada abandonándola a su desamparo, mientras se abstiene de los mayores casos de corrupción que incumben al actual Gobierno socialista, experto en estos guisos, cuyos menús todos conocemos aunque sean muchos quienes prefieren ignorarlos; y a éstos, precisamente, Francisco Camps, el Muy Honorable, les ha dedicado un pequeño párrafo en su anuncio de dimisión.

Si ya en su momento salió a la luz pública de lo que es capaz el socialismo español para lograr sus fines, su acto de contrición está tan ausente como latente su disposición a repetir sus acciones sin el menor descaro. Y tantas, cuantas veces hagan falta.

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