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19 agosto 2011

HOMBRE DE NEGOCIOS

hombre de negocios

Estimado yo:

Como verás en estas cuatro líneas resuelvo mis asuntos con gran eficacia. Es lo habitual en mí, pero en ocasiones surgen dificultades, lo cual es lógico que nos ocurra a las personas importantes.

Ayer, al salir de la ducha me lo propuse con urgencia y decidí que del día no pasaría:

- ¡Tengo que mandarle la carta a mi amigo!

Preparé mi papel a rayas, mi lápiz de tinta, un sobre de avión y un sello; que por cierto, y quiero que lo tengas en cuenta, lo he cogido del álbum filatélico porque al estropeársele un diente ya no sirve para nuestra colección; así que tendrás que reponerlo. Necesitaba escribirle porque hace muchos años que no se nada de él, y de tener su respuesta, en el más que probable caso de que me conteste, me haría muy feliz.

Así pues, tenía que averiguar dónde vive, recordar qué decirle y con tu aprobación, escribir la carta.

Y es que es una lata, me pasa a veces con mis muchas obligaciones; como por ejemplo lo que me sucedió hace un par de días y que a pesar de ser muy importante, ya lo tengo olvidado.

¡Se lo preguntaré a mi vecina! Si, se lo preguntaré a Leocadia quien vive en el mismo rellano y siempre está al tanto de todo lo que sucede en la finca y de seguro que lo sabe.

¡Verás como me saca del apuro!, mejor dicho: nos saca. Me dije. Nos dijimos.

Leocadia tiene cincuenta y ocho años y es soltera. Vive acompañando a su madre que enviudo tres veces y ya va por los ochenta y seis. La anciana, que creo que no sabe lo que se dice, estando en la cola del pan y con cara lastimosa, me comentó hace unas semanas que es virgen de nacimiento. Aunque debe ser cierto lo de virgen, porque cuando se tiene alguna tara desde el momento de nacer, y ella la tiene porque me dice que está tarada, tengo entendido que ya es para toda la vida. Así pues, mejor no preguntarle.

Bajé a la calle para que me informara mi amigo el de la prensa y de paso comprar el pan:

- Oye Juan -le pregunté- tengo que recordar algo muy importante que hice ayer y como ya habrás leído los periódicos, me podrás poner al tanto de ello, pues… creo que salgo.

- ¿Qué dices, Segundo? Bueno… vuelve más tarde que ya los habré leído, pero… igual no viene nada y no hablan de ti.

- ¿Cómo que no? ¿No dicen que los periódicos cuentan todo lo importante del día anterior?

Siempre pensé lo mismo de Juan, buena persona, pero poco profesional, ni siquiera se preocupa por lo que vende.

Volví a casa. Me olvidé de lo del día anterior, no molesté a la madre de Leocadia con su pilates matinal y me dediqué a buscar en las páginas amarillas la dirección de mi amigo. En la biblioteca tengo más de mil tomos: un tercio de páginas blancas, otro tercio de azules y el resto de amarillas. Es mi colección favorita. Siempre me gustó mucho la cultura y cuando los veo por la calle apilados, me los subo a casa aumentando mi colección. Pienso que los libros viejos y con el paso de los años adquirirán una alta cotización.

Al comenzar a escribir la carta caí en la cuenta de que desconocía a quién debía mandársela. Los que como yo tenemos una gran actividad, no podemos perder el tiempo en cosas banales y cuando nos quedamos en blanco, lo mejor es pasar a otra cosa trascendental.

Así que encendí la televisión. Vi a muchos soldados que corrían unos detrás de otros y no paraban de correr llevando un fusil mauser en sus manos, mientras entonaban una canción. Debía de ser algo de sumo interés, como todo aquello que sale en la tele. Es entonces cuando recordé a quién debía dirigirme:

¡Ya está! Camposoto, al cabo Briones, a quien llevo cuarenta años deseando escribirle.

¡Vaya si es importante la TV! Gracias ella y después de mojar el lápiz con mis labios, fue cuando pude cumplir con mi deseo de contarle mis cosas. Le informé de mis amistad con Juan el quiosquero; de la madre de Leocadia de quien nunca supe su nombre; de mi biblioteca; de mi mejor sello de correos: un ejemplar único donde aparecen unidos de la mano Ladislao Kubala y Alfredo Di Stefano con el reverso “Ultramarinos El Ensanche”. Seguro que el cabo Briones se alegrará de tener noticias mías y de estar al tanto de mis actividades. Pensé.

Y sobre todo de mi ambiciosa vida profesional, pues desde que nací hace ya casi setenta años, cuando fui consciente de cómo me llamaban, me di cuenta entonces de mis enormes posibilidades. Nunca podría ser el primero, ni llegar a ser un gran ejecutivo, ni siquiera un primer ministro, pero asumí mis limitaciones. Iba a ser Segundo y por lo tanto llamado a conseguir cotas muy altas. El lograrlo, ha sido el motivo de no tener tiempo para escribir a Briones; mis constantes obligaciones no me han dado tiempo para ello.

Tenía que agradecerle de mis años de mili y especialmente de un grato momento que recuerdo muy bien. Pasé una noche horrible por culpa de un dolor de muelas. Cuando tocaron diana seguí en la cama y el cabo me dijo: ¡Arriba Segundo! Como no le hice caso me sacó de la litera, me arreó un puñetazo y la muela se fue encima de mi petate. Dejó de dolerme y quedé en deuda con aquel cabo. Así comenzó nuestra amistad.

Recordando esto, tal es mi pericia, me di cuenta que era innecesario seguir buscando su dirección. Mandaré la carta sólo con su nombre añadiendo la localidad, pues como el Servicio de Correos de España es el más eficaz del mundo, con estos datos será más que suficiente:

Cabo Briones

San Fernando (creo que de Cádiz)

Metí la carta en el sobre de bordes abanderados, lamí su goma ligeramente dulzona así como la del culo del sello que también chupé, le pegué un puñetazo y me fui al Palacio de Correos.

- Oiga Vd.  -me dijo un funcionario inquisidor que debía ir para Ministro  -¿No sabe Vd. que ya estamos en el euro? ¿Cómo se le ocurre traer un sello rojo de una peseta y además de Franco?

Total, que después de todo mi empeño no admitieron mi carta. Eso me sucede por ser Segundo. De haber sido primero, seguro que le pone el sello de “urgente”.

Bueno, después de haberte contado todo esto, no creas que perdí el tiempo, pues al salir del Palacio y junto a un contenedor, encontré algo así como dos centenares de libros amarillos. Los he cargado yo solo en un carro de Mercadona hasta al portal de casa, pero sepas que necesitaré de tu ayuda para subirlos hasta nuestra biblioteca.

Aprovecho para mandarte un abrazo, al tiempo que te espero en el zaguán.

Segundo

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