-Ave María Purísima.
-Sin pecado concebida, ¿pero dime, hija, cuál es tu pecado? -Le preguntó el confesor tras la celosía, cuyo rostro sentía a un escaso palmo, después de haberle llamado la atención y sorpresa al verla por primera vez en su presencia. Marta lucía una esbelta figura ensalzada por un floreado vestido ceñido a sus curvas, tan sugestivas como encantadoras, del que surgían sus brazos desnudos, bien torneados, cubiertos por un pañuelo sujeto a su peinado cuya azulada seda caía sobre su espalda.
-Más de uno padre, más de uno.
-Dímelos todos, hija mía, uno a uno, a ver…
-Envidio a mi mejor amiga, padre, pues lleva cada día un vestido diferente que me hace sentir inferior.
-No es culpa tuya mujer, la sociedad de consumo nos lleva a ello. ¿Y cuáles más?
-En ocasiones, cuando estoy en casa de mis amigas me llevo algunas de sus cosas.
-¡Ah, el materialismo que nos domina! Tienes que vencer esa inclinación hija mía, pero… y qué más pecados tienes?
-Como soy algo envidiosilla, en ocasiones tengo deseos perversos sobre ellas.
-Procura corregir esa debilidad. ¿Algunos más?
-Miento, miento en ocasiones a mis padres, cuando quieren saber cosas de mi vida.
-Bueno…las mentiras, a veces sólo son mentirijillas sin importancia. Pero… ¿Tienes novio, hija mía?
-Sí padre, por eso les miento, cuando les digo que voy a dormir casa de una amiga, cuando lo real, es que voy a su encuentro.
-¿Duermes con tu novio siendo tan joven? hija mía- le preguntó de forma inmediata el cura que acercándose aún más a la celosía, vio en la confesión de la joven el néctar del pecado.
-Sí padre, algunos fines de semana.
-¿Cuéntame hija, cuéntame esos detalles?- siguió preguntándole, mientras que balanceando sus glúteos sobre el banco acercaba su cuerpo con la intención de sentirla más cerca.
-Nos besamos, Padre.
-¿Y qué más? Por qué imagino que haréis algo más ¿no te atreverás a desnudar parte de tu cuerpo, verdad?- apuntaba el cura mientras se excitaba inconsciente en su recóndito aposento.
-Hum… sí padre.
-¿Te lo pide él o… te gusta mostrárselo?
-Me gusta a mí, padre. Aunque él también me lo pide.
-¿Te desnudas lentamente?- le preguntó rendido a una lujuria que se le ofrecía por un tobogán irreprimible.
-Sí padre.
-Por lo que me dices, pienso que eres más decidida que él. ¿Te gusta tocarle?
-Sí padre.
-¿Y qué parte de su cuerpo recibe el deseo de tus manos?
-Todas, todas sus partes.
-¿Consumáis el acto sexual?- el padre bajó la cabeza sustentándola en la palma de su mano, secándola al mismo tiempo de un sudor tibio ligeramente pegajoso.
-Sí padre.
-¿Cuántas veces?
-Él es muy viril, y en algunas ocasiones hasta lo hacemos varias veces.
-Hija mía, no recuerdo haberte visto nunca ante mí, pero espero que a partir de ahora vengas con mayor frecuencia a confesar tus pecados. Pero… ¡Tienes que hacer acto de enmienda, hija mía! ¡Acerca más tu rostro al enrejado, quiero ver tus ojos arrepentidos!
-Es que él me gusta tanto, padre.
-La carne es débil, hija mía, y para limpiar tus pecados, debes confesarte con más frecuencia. ¿Te arrepientes de ellos?
-Padre…
-Bueno, lo entiendo ¿Cuándo os visteis por última vez?
-Hace dos días.
El confesor, absorto en su desenfreno iba a inquirirles nuevos detalles, pero se contuvo. En su corazón, más que latidos, lo que sentía eran los golpes de la tamborrada de Calanda, lo que le obligó a tomárselo con cierta calma en busca de sosiego.
-A ver… bueno… ¿Tú le quieres?
-Ahí tengo mis dudas, por eso vengo a confesarme; aunque me gusta mucho, creo que no le quiero del todo…mas no estoy segura de ello; por eso acudo a Vd.
-¿Volverás a él?
-Sí padre.
-Piensa hija mía, piensa en lo que haces. Y ven con mayor frecuencia a consultarme tus dudas en busca del perdón de tus pecados ¡La carne es tan débil! Y reza, reza ahora mismo un Padrenuestro muy próximo a mis oídos que quiero percibir más de cerca tu aliento y deseos de perdón.
-Ego te absolvo pecatus…
(“Como en la mili, el valor se le supone” es un relato que ha participado en el 41º Proyecto Anthology. Tema: Castidad)
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