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20 mayo 2008

LA VIRGEN BLANCA

Al dar la última campanada en el reloj de la torre, las calles estrechas estaban vacías de gente. Empezaba a clarear en Torrelosnegros y como adivinando la fiesta, el cielo se presentaba sin una nube; el mejor de los presagios para un día de fiesta. Su inicio, en la hora de acción de gracias a la Virgen Blanca daría paso a una jornada de júbilo, en la que el desquite esperado por la derrota del año anterior, junto al orgullo por renovar su condición de banda triunfal, merced que daría al vencedor el honor del concierto en el templete de la plaza mayor durante todos los domingos del año, era la razón principal de la fiesta en la que las dos bandas competían. Tradición que, mantenida de abuelos a padres y de padres a nietos, convertía a Torrelosnegros en una cuna musical en la que el pueblo se mecía durante todos los días del año.

Unos eran los “negrones” y los otros los “albinos”. Los unos pertenecían a la “Banda del seis doble” y los otros a la “Banda de la blanca pito”; y todos, desde su más tierna edad, iban ensanchando sus pulmones debido a la gran profusión de trompetas, también de clarinetes y algún que otro instrumento, pero siempre de los de viento.

Don Servando, hizo el ademán al monaguillo y el balanceo de campanas dio la señal para que ambas bandas, que estaban ocultas bajo los porches, salieran al centro de la plaza, situándose una enfrente a la otra.

Las trompetas, más que sonoras enloquecidas, sacudieron las grietas de la plaza y a ella acudieron en algarabía los vecinos, que tras aquel estruendo matinal, pasaron al interior de la Iglesia para homenajear a la Virgen Blanca cuando el Sol ya se dejaba ver en lo alto de la torre.

Atónitos quedaron mirando la hornacina, cuando en su oquedad encontraron el vacío. La Virgen Blanca brillaba por su ausencia, por lo que con gran pena y contrición cristiana regresaron todos a sus casas.

Pese a la desolación y a la afrenta del sacrilegio cometido, por cuya autoría todos se preguntaban, Don Servando y el Alcalde, quienes, sin embargo, eran enemigos irreconciliables, acudieron aquella tarde a su cita diaria sobre la mesa de dominó, y con ellos, los dos maestros de las bandas. Y allí estaban, sentados, sobre la fría mesa de mármol del viejo casino en su habitual partida de media tarde. Echada la suerte, don Servando y el maestro “albino” hicieron pareja, dispuestos a ahogarles el seis doble al Alcalde y al maestro de los “negrones”.

-El dominó es puro y sano arte, y un gran divertimento, Sr. Alcalde –le dijo el cura cuando llevaban media mano y avanzada la partida entonando la voz-; no como esos tejemanejes que Vd. se lleva entre las suyas. Lo primero es mezclar con gracia y hacer bailar las fichas sobre el mármol, para que una vez en las manos, preparar la estrategia frente al rival, en este caso Vd. ¡Puro conocimiento y concentración!, ¡seis uno!- puso la ficha sobre la mesa un sonriente Don Servando, que ya había adivinado que el seis doble estaba entre las manos de la autoridad.

El clic agudo, que sonó con fuerza sobre la mesa, intimidó al Alcalde: ¡Paso! –respondió con voz grave y tragando algo de saliva.

El “albino” –compañero del cura- cantando por bemoles y exultante, hizo su juego en el extremo opuesto de las piezas: -¡Me doblo a cincos!

-Ahí lo esperaba- replicó el “negrones”- ¡cinco seis!- entonó contento convencido que daría paz y sosiego a su compañero de juego, al que notaba algo angustiado.

-¡Seis blanca y ahogado! –dijo exultante don Servando, mirando a su diestra y con tono de apoteosis.

-¡Cachis la Virgen! Farfulló el regidor, viendo como se tragaba ya por quinta vez en aquella tarde tan desafortunada pieza.

-¡Deje a la Virgen tranquila! que siempre está Vd. metiéndose con ella. En lugar de blasfemar, mejor sería que reconociese nuestra superioridad en el juego, y que aumentase su inteligencia, que buena falta le hace. Y de paso, ordenara buscar a la Virgen, que aunque no crea en ella, es de su incumbencia encontrar a los ladrones.

-¿Ladrones? ¿A saber que habrá hecho Vd. a la Virgen para que se aleje de su casa?

-¡Calle y siga jugando, ¡blasfemo!

En aquel momento el reloj de la torre dio la última campanada de las veinte horas, cuando a las dos bandas, sin que nadie las dirigiese y enfrentadas en el centro de la plaza, abarrotada por los habitantes de Torrelosnegros, les había llegado la hora del concierto que daría vencedor a la que más fuese aplaudida por los vecinos. Faltaban pues, los maestros de los dos bandos en sus peanas vacías, como también Don Servando, la autoridad eclesial, y el Alcalde, la personificación del orden y de la economía local.

De repente, la música, leve y suave, empezó a escucharse en la plaza. Las flautas, dulces y sugerentes de armonías, acallaron los murmullos y una grata sinfonía inició su camino por los soportales infiltrándose entre la gente. Los clarinetes, los más sonoros, vibraban en su melodía, y los oboes, graves y profundos, junto a un solo de saxo, brillante y espectacular, se adueñaron del ambiente. Un buen rato después, el más bello concierto jamás escuchado en el pueblo puso fin a la fiesta, y como premio, los aplausos, que dieron como justo vencedor a las dos bandas unidas.

Aquella tarde la música sonó más bella que nunca, como si los ángeles bajaran a su encuentro. ¿Vendría con ellos la Virgen Blanca, lo único que echaron de menos?

(“La virgen blanca” es un relato que ha participado en el 32º Proyecto Anthology. Tema: Música)

2 comentarios:

Mª Dolores dijo...

Que divertido e intrigante relato.Con la descripción tan buena que haces de la partida de dominó, es como si los estuviese viendo.Por otra parte, queda la curiosidad de saber qué ha pasado con la Virgen, espero un nuevo relato con el desenlace.
Y como no podía ser de otra forma, nada mejor que la música para amansar a las fieras.
Un abrazo

Julio Cob dijo...

¿Quién sabe?

Igual la Virgen Blanca lo explica algún día.