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14 junio 2012

EL TERMÓMETRO DE COCÓ UGETÉ.

el termometro

Una vez pasado el 20-N, Cocó Ugeté cogió su termómetro de trabajo, se lo puso en la boca en busca de su temperatura corporal y cuando vio que marcaba 38 grados llegó al convencimiento que había que darle marcha para calentar el ambiente. Sus vacaciones habían terminado.

En el horizonte, unas elecciones, en especial las andaluzas, que si por todos los pareceres las tenía perdidas alejándole de un poder que no sólo le daba los necesarios escaños para asegurar mayorías en otros embates electorales, el mantenerlo, le aseguraba de muy grandes corruptelas que venían de tiempos de los hermanos Guerra, quienes tantos ahijados han dejado en el camino hasta los actuales días.

Así pues, nada de contemplaciones desde aquel 20-N, los cien días de cortesía no iban con él y más, si al mismo tiempo, correspondían con los preparativos para frenar la debacle que se vaticinaba.

Cocó Ugeté, fiel a las consignas que una paloma, blanca y mensajera, le dejaba todas las mañanas en la cornisa de su ventana, se dispuso a trabajar en jornadas de pluriempleo, con frenesí descarnado y con rociadas de virulencia llegado el caso. Por lo que se adueñó de las calles y plazas del “estado español” ganadas por una minoría que se pasaba por la entrepierna el “de derecho”, como si de una guerra de guerrillas se tratase. Que para eso las inventamos los españoles aunque fuera contra el francés invasor, “cambiándose ahora las tornas”.

Cuando desde la capital hispalense, Cocó Ugeté, escuchó aquella noche el resultado de las andaluzas, se sintió reconfortado; se marchó pues a descansar por unos días, abandonando el “campo” por un breve tiempo. Se había merecido un periodo vacacional, para pasadas una semanas, volver a su curro, aunque eso sí, de manera más frugal pero con “rociadas de virulencia llegado otra vez el caso”.

Cocó Ugeté nunca abandonó su termómetro. Cualquier suceso le servía para aventarlo. Pero no para suavizar la temperatura primaveral, sino para calentarla.

Un abanico de mentiras le sería de utilidad y nunca perdió ripio para aflorarlas gracias a su habilidad contrastada, decisión inquebrantable, ausencia de escrúpulos y dominio del libelo ejercido desde que dejó la mili.

Y todo ello ha sido siempre así, gracias a un termómetro guardado en su botiquín, que no era el de forma y uso habitual: el de cristal, corto y recto, sino bastante más largo y curvo y con mango de madera.

Tan necesario le era “aquel” abanico como su termómetro.

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