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04 junio 2012

LA FUENTE DE LOS OCHO CAÑOS

fuente de los ocho caños

Aquella mañana, nada más despertar, lo primer que hizo León Valderas fue salir a su pequeño jardín. Acto seguido acudió a su trastero. Sacó la escalera de madera, se colgó a la bandolera las tijeras de cortar y subió al tejado. Se acercó a la antena de TV; cortó su cableado.

Alzó su mirada buscando sobre la arboleda cercana la presencia de pájaros.

- He tenido suerte- se dijo. Pues de inmediato apareció una bandada que la siguió con sus ojos hasta perderse en un horizonte partido en dos por una línea que dejaba en lo alto un azul intenso al tiempo que daba cobijo a una alfombra verde, antesala a los dientes de sierra de una pequeña cordillera que se extendía lejana. Aspiro profundamente y disfrutó de un elixir que manaba de todo su entorno.

Retrocedió, y ya en el suelo serró en tres partes la escalera. Sobre el césped descuidado buscó los insectos que lo habitaban hasta dar con ellos. En aquel momento pensó que huían unos de otros. Una sonrisa se dibujó en sus labios.

Sólo tenía un móvil, en aquel momento en su bolsillo. Le quitó la batería y con un martillo la hizo en mil pedazos. Entró al salón donde tenía el fijo. Desconectó el cable del teléfono, cortó el empalme y lo pisoteó con su tacón con una pequeña presión. Era suficiente.

Buscó los aparatos de radio que tenía en casa: dos que funcionaban mediante pilas y uno a la red. Mutiló a los tres.

Disfrutó bajo la ducha, desayunó su café con leche, su tostada de pan rociada con aceite y gozó de aquel momento con pocas veces lo había hecho en su vida. El silencio vencía en su casa.

Todo lo había meditado la noche anterior. No fue a por la prensa, no asistió al aperitivo con sus amigos en el club, como tampoco a la tertulia de media tarde con sus vecinos jubilados. En cambio, paseó por la contornada adentrándose en unos senderos cuyo silencio sólo era roto por algún que otro trino, el crujido bajo sus pies de secas ramas, hasta que llegó a la Fuente de los Ocho Caños situada en el centro de un pequeño calvero y a la sombra de un nogal, en la que introdujo sus brazos deleitándose con el frescor que manaba y el sonido del romper de las aguas sobre la piedra.

Transcurrió el día, y el azul intenso se convirtió en sombras y bajo la marquesina contempló una luna llena que le asemejaba sonreír, de lo que se sintió complacido.

Cogió de su pequeña biblioteca Seda de Baricco y se introdujo en las sábanas con la luz de la cabecera encendida.

Todas aquellas sensaciones fueron las únicas noticias que recibió durante el día fenecido.

León Valderas se sintió feliz. Al menos un día lo había logrado.

¿Y porqué no igual mañana? Se dijo en la página 125, mientras que por la ventana veía un trozo de luna.

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