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27 septiembre 2012

EL ARO DE SUS JUEGOS

el aro de sus juegos

León Valderas, en su ficción, navegaba entre el desasosiego y la incertidumbre. La mar rizada fustigaba su quilla, la flojedad del velamen fortalecía su temor y su estado de alerta no le garantizaba consuelo alguno.

La luz sobre la lámina de un mar en calma era una hoja arrancada del almanaque en su pasado.

León Valderas estrechó aún más su circulo, se encerró en su interior al que decoró en la monotonía. Pasaron a ser las mismas caras de todos los días y su destino, el de unos buenos días o el de unas buenas tardes. O los dos. Un hola y un hasta luego.

León Valderas, si bien quería despertar, el despertador sobre la mesita le fallaba más de la cuenta y el taller del viejo relojero había cerrado las puertas ante la escasez de demanda, aunque de estar abierto, igual no lo hubiera llevado. No era el único, el relojero, quien había bajado el telón a lo largo de la calle.

Aquel cuadro ante los ojos de León Valderas lo hundió en el sopor, fustigó su templanza y adivinó que vencido, entregado a sus corrientes, el maderamen de su existencia se esparciría por el ancho mar tal y como los cristalitos de una jarra rota en mil pedazos desaparecen barridos por la escoba.

León Valderas no lo pensó más y se dispuso a salir fuera de aquel círculo estanco cuya salida no encontraba.

El aro de sus juegos permanecía amarrado, como escondido en los huecos de unos recuerdos que intentaba resucitar al son de nuevos bríos que hicieran correr la rueda.

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