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29 septiembre 2012

LA CAVERNA, de José Saramago

la caverna

Pudiera asegurarse que el conformismo y la resignación nos llevan a sentarnos en un frío banco de piedra al que nos quedamos anclados con nuestras cabezas bloqueadas y contemplando un muro de cemento que se fija ante nosotros, limitando toda capacidad de maniobra hasta el último día de nuestra existencia.

Todos, consciente e inconscientemente queremos completar nuestra andadura marcándonos metas y anhelos. Queremos ser protagonistas de nuestra historia. Y que por ser únicos dueños de ella, tenemos derecho disponer a nuestro antojo con la pretensión de gozar y ser felices durante el tiempo que tenemos asignado. Pero los amos del universo son los que quieren mandar de nuestra existencia. Por lo tanto piensan y deciden que para ello sólo tienen que construir mágicos mundos que serán demandados por las primarias pasiones humanas innatas desde su fecundación.

Emociones éstas que no se originan en nuestro centro de discernimiento, ni siquiera en nuestro corazón. Estas pasiones son fruto de una sociedad que nos conduce por la mediación de incesantes destellos de los medios de comunicación, y de sus llamadas intermitentes al consumo, convirtiéndonos en victimas y sin procurarnos las defensas necesarias para liberarnos de aquellos que nos impiden conseguir nuestros anhelos en gozar de una vida feliz. Debajo de la sociedad de consumo aparece entonces el banco de piedra situado dentro de una profunda cueva, exactamente debajo de nuestra existencia, significando el lugar de nuestro asignado enterramiento. Y a ello nos llevan sin ni siquiera darnos cuenta.

Somos ignorantes de su existencia, nos lo impide un sofisticado cuerpo de seguridad que nos evita el paso a su conocimiento, es un cuerpo militarizado que se va alimentando por la aportación de nosotros mismos. Estamos pues destinados a que nos dirijan a ese banco de piedra, y quedar a él sujetos contemplando el muro infinito que nos impide llegar a un destino de paz y de gozos. Solo los privilegiados, los osados, aquellos cuyo instinto les alerta de la existencia de algo desconocido, son los que buscan la cueva, llegan a ella, la contemplan y comprenden su significado. Y sin dudarlo toman la decisión de huir de ese mundo; es su libertad la que incita a la huida. Entonces, sólo entonces, consiguiendo vencer las murallas de los anuncios de neón utilizados para tenerlos confinados, sólo entonces, es cuando logran salir del influjo atenazador que lleva al derrumbamiento.

El hombre alcanza su plenitud al alcanzar que su vocación profesional sea la base de su sustento. Cuando sus ágiles manos laboran con agrado, cuando sus dedos bailotean felices todos los días de su vida mostrando el resultado de su dedicación, cuando llegan las noches y con ellas las horas del regenerador descanso, entonces es, llegado ese momento, el del examen por lo realizado y por lo mejorable a la luz del alba, cuando gozamos por la feliz reflexión acerca de las relaciones que tenemos con nuestro mundo familiar y profesional.

Pocas veces suceden las cosas de esta forma, pero nosotros no somos culpables de ello. No siempre y no por culpa nuestra, conseguimos la facultad de evitar el banco de piedra. El natural cambio de costumbres, los nuevos inventos, los descubrimientos, la siempre nueva tecnología que no cesa de actualizarse, nuevos mercados, niveles de exigencia, e innumerables medios inmersos en el arca de Noe de la producción, albergue de infinitas elaboraciones que cubren las necesidades del ser humano, nos impiden evitar el zarpazo al que están prestos los promotores del Centro enmascarado en la sociedad de consumo.

Por otra parte, pero en el mismo orden de esas cosas que nos pueden llevar al fracaso, el inicio de algunas de estas actividades, sobre todo si no estamos alertados y preparados, pueden representar el fin de otras, inmediatamente anteriores.

Es entonces cuando los centros de producción cambian y con ellos las obligaciones contractuales de sus promotores. Unos saben sobreponerse a ello, otros no. El triunfo de unos los lleva a crecer patrimonialmente. El fracaso de otros los lleva a desaparecer. La gran ciudad, embajadora de la sociedad de consumo, crece comiendo de sus lindes, arrasa los aledaños campos agrícolas, los convierte en solares abandonados donde se aloja un chabolismo cuyo sostenimiento es logrado sustrayendo lo ajeno, perteneciente a clanes vecinales.

Sólo las excavadoras conseguirán expulsarlos, ensanchando los límites de la gran ciudad. La gran ciudad, el Centro, la sociedad de consumo, todo es lo mismo, el lugar donde se construyen mágicos mundos donde conviven aquellos quienes han sido incapaces de descubrir la cueva situada en las profundidades del sistema, y, por lo tanto, el significado de sus escenificaciones labradas en su interior.

José Saramago, en la Caverna nos habla de todo esto valiéndose de una familia de alfareros. Cipriano Algor, toda su vida dedicado a dar forma al barro, construyendo cántaros, platos, botijos, que sirve en exclusiva y con la honradez de un hombre bueno a un importante Centro, con pretensiones de ser el único ofertante de las demandas de toda la población. Su hija Marta, enamorada profundamente de su marido a quien entrega todo su cariño, labora el barro ayudando a su padre aportando perspectivas propias de su juventud; igualmente muestra hacía su progenitor un profundo respeto y gusta de protagonizar con él enfrentamientos dialécticos, no solo relativos a los propios de la actividad productiva de la alfarería a la que alumbra con nuevas ideas comerciales, sino también acerca todo lo concerniente a los modos, vivencias, comportamientos, reacciones, conclusiones, conveniencias, y demás aspectos que conforman los hábitos de vida entre las personas y su entorno social. Marcial Gacho, esposo de Marta, cuyo mayor deseo es convertirse en Guarda titular del Centro, lo que implica el usufructo de vivienda con los enseres necesarios para su habitabilidad; hacia su suegro muestra un gran respeto, ayudándole siempre en las horas que su trabajo le deja libre. Un perro, Encontrado, llega a esta familia, de ahí su nombre, se incrusta profundamente dentro de ella y se procuran compromisos y responsabilidades mutuas. Isaura Madruga, viuda y vecina de la familia, situada en la antesala de los sueños de Cipriano, se convertirá al final en motor impulsor de una huida hacia el inicio de una nueva vida. Aparecen también los padres de Marcial, enfrentados de siempre a Cipriano, deseosos de ir a vivir con su hijo. Éste los visita con frecuencia haciéndoles ver la imposibilidad de satisfacer ese deseo, que no juzga necesario, pues además de carecer de sitio para albergarlos, viven los dos y ambos pueden ayudarse.

Estos son los personajes. La alfarería, como centro de producción, deja de interesar al Centro. Nuevos mercados la hacen innecesaria. Luchan por permanecer generando nuevos productos. Cambios de costumbres los rechazan. Tienen que sucumbir. Abandonan la alfarería y se incorporan a la sociedad de consumo. Cipriano, osado, inquieto, olfatea el peligro. Lo encuentra y huye de él. Y en esa huida que no es tal, es el inicio de una nueva vida impulsora de nuevas ilusiones, Isaura definitivamente se introduce totalmente.

Un amor oculto, que ambos sentían pero el alfarero prefería reprimir, vence todas las dificultades y se convierte en fuente de energía para la huida a la que también acompañan Marcial y Marta. Ambos de dan cuenta que el usufructo de la vivienda les da cobijo, pero no casa. Con el tiempo se convertirían en huéspedes de la Caverna. Todos inician una nueva vida y con ellos, el perro Encontrado.

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