Domingo del Corpus y nuestro último día en Vitoria en el que no ha faltado el recuerdo a la fiesta procesional de este día en mi ciudad de Valencia de la que estarán gozando mis paisanos. Y con la añoranza por la privación de mi asistencia a la “Degolla” en su acto matinal.
Domingo pues de desayunar tranquilo y sin prisas que hemos aprovechado para conocer una pequeña ruta cercana a Vitoria, visitando varios poblados. Nos hemos recreado en Zalduondo con su Palacio de Lazarraga, hoy museo etnológico de blasonada fachada y una esbelta iglesia a la que llegamos una vez acabada una actuación coral, pérdida que lamentamos.
Aprovechamos la ocasión para fotografiar sus campos de verde cereal en los que ya aparecen los tonos dorados en sus espigas mecidas por el viento que las acaricia recorriendo la comarca conocida como “Cuadrilla de Salvatierra”.
Hicimos una corta parada en Salvatierra, su capital, para guardar en la maquina digital unas bellas panorámicas de la ciudad, capital de la comarca y de gran importancia histórica desde su época medieval, con su nombre de rico abolengo. Aprovechamos la estancia para tomar como pequeño aperitivo “un salobreña “ (mosto en el que se recrea un sabor dulce y seco a la vez) y un pincho caliente ya de camino a Vitoria al encuentro de la hora de comer.
La decisión estaba tomada y volver al Portalón era inevitable. Situado a los pies de la “catedral vieja”, la de Santa María, tiene la zona el inconveniente de su aparcamiento. Dificultad en la que no pensaba y más aún por ser día de domingo, viéndome obligado a dar vueltas y más vueltas por sus calles hasta dar con un conductor caritativo en solucionar mi problema, pero inconsciente de ello al dejarme un hueco donde aparcar cuando él levantaba su vuelo. Casi una hora en el empeño de buscar un hueco donde dejar el coche, situación agravada ante la ausencia de aparcamiento público en una zona de la ciudad de la que nacen sus calles empinadas hacia su centro histórico y medieval.
Nuestra segunda visita al Portalón nos hizo abundar más en la creencia de su carácter catedralicio como tercera sede “monumental” donde alimentar no sólo el cuerpo, sino también el alma, a cuya dedicación nos debemos.
Es innecesario entrar en los ritos que se albergan en la antigua casa de postas, simplemente dejar constancia de la importancia que merece su visita y disfrutar de las excelencias que se ofrecen en sus salones sujetos por vigas de robles, antiguo albergue del viajero y descanso de sus caballerías en los bajos del Portalón. Abundando en su carta, como es lógico y natural, elegimos otros platos igual de suculentos, y diría hasta gloriosos. ¡Ah la cocina vasca!
El resto de la tarde la pasamos en el Parador, ya a la espera del siguiente día y el momento de la marcha para abandonar los enamoradizos paisajes de las tres provincias vascongadas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario