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16 junio 2009

NUESTRO VIAJE A LAS TRES CAPITALES VASCONGADAS

dia 8

DIA 8 EN VITORIA

El buen tiempo y una excelente comunicación hacia nuestro punto de destino bastaron para que el traslado a la capital alavesa resultara un camino rápido, tranquilo y sin ningún tipo de contratiempo en un afortunado trayecto que tanto satisface al viajero.

De tal guisa, que cuando llegamos al Parador de Argómaniz, muy próximo a Vitoria, el deseo de un pequeño descanso antes de pasar al comedor fue innecesario, espacio de tiempo que aprovechamos para visitar sus instalaciones recientemente inauguradas después de más de dos años inmersos en una esmerada restauración. Este antiguo Palacio fue residencia por unos días de Napoleón Bonaparte en aquellos para él fatídicos del desastre de la Batalla de Vitoria, cuyo resultado obligó al Emperador abandonar a España, olvidándola para siempre.

Después pasamos al comedor con el deseo hambriento de averiguar la cocina regional que su carta ofrece. Carta que nos pareció algo corta, pero que al menos y como siempre sucede en la red de Paradores, nos fue servida con gran profesionalidad y deseos de satisfacer a quienes acuden a su mesa. Y tras una breve siesta fuimos a conocer la capital de la región alavesa, sede del Parlamento Vasco, lugar de residencia del Presidente de Gobierno de la Comunidad Autónoma Vasca, popularmente conocido como el Lendakari, con su Plaza de la Virgen Blanca, amplia y llena de vida, al igual que la de España, ambas juntas, ésta de preciosos soportales y su Casa Consistorial que la preside.

Vitoria es una ciudad vascongada de gran personalidad con el orgullo añadido al disfrutar de su apellido, Gasteiz, en recuerdo de su colina donde nació la ciudad, hoy convertida en su centro histórico y de corte medieval; ciudad que resulta muy grata al visitante que por primera vez acude a su encuentro. Cuando aparqué mi coche bajo la “catedral nueva”, en un parking estratégicamente situado, su porte majestuoso me había deslumbrado minutos antes al entrar en el aparcamiento, y pese a los buenos anuncios de la ciudad, ni por asomo intuía la sensación de la que iba a disfrutar una vez descubierta por su belleza tan singular, sensación que fue en aumento ante la cercana plaza de la Virgen Blanca con su panorámica única de fachadas centenarias mantenidas con orgullo, en las que destacan sus balcones y esquinas acristalados y el recuerdo que nos vino de inmediato del popular personaje de Don Celedón, principalmente, por la particular forma del inicio de la fiesta más querida de la ciudad, cuando deslizándose su muñeco desde la balconada de la Virgen Blanca, cruza a lo largo de toda la plaza portando su paraguas ante el bullicio popular que la llena. Plaza, que en lo alto, muestra la imagen de su Virgen Blanca en bella hornacina y dominando desde los dos pórticos de entrada a la Iglesia de San Miguel.

Completamos el día visitando la calle de Eduardo Dato, la más importante de la ciudad y de gran actividad comercial, como las que la rodean, con sus pinchos en los que rivaliza el buen producto, su cuidada presentación, su elaboración esmerada y la riqueza de su variedad, en una costumbre gastronómica sana, divertida y bullanguera.

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