Subí al bus urbano para un trayecto largo: el de unos cuarenta minutos más o menos, como es el que acostumbro hacer un par de días a la semana. En estos casos siempre lo hago con un libro en mis manos, que aparte de acortarme el viaje, me aprovecha para avanzar entre las páginas del que en la mesita de noche aguarda mi llegada.
Pero en esta ocasión cogí un libro de relatos cortos que recoge los diez mejores presentados a un Certamen de Narrativa Breve. Libro editado en buen papel cuché y de fácil lectura, gracias al tamaño de su letra que hace irrelevante el traqueteo del bus, siempre molesto para fijar los ojos en la letra de cualquier otro libro de líneas menos espaciadas que como es harto frecuente, suele suceder.
Enfrascado en su lectura, a la primera parada una joven ocupó el asiento a mi lado, por lo que me estreché en el mío. Pasaron unos minutos y recelé que de sus ojos salía una mirada hacia las páginas que mis manos sostenían. No reaccioné; o mejor dicho, seguí en mi lectura inclinando un poco el libro hacía mi diestra haciéndosela fácil en un alarde de gentileza que de inmediato intuí agradecía, pues siguió atenta a sus hojas, al tiempo que yo mismo entorpecía mi lectura ante la extraña sensación del sentir cómo aquella joven participaba de mi libro.
Retuve la página dándole tiempo a su lectura final, sin saber de su ritmo ni de la dirección de su mirada, que me hubiese alertado si estaba arriba de la hoja o ya en su parte final.
Lentamente, pasé a la siguiente y enderecé mi gafa, lo que aproveché para darme cuenta que aquel corto relato le había llamado la atención, pues fijada su mirada, continuaba en su lectura.
Me encontraba a gusto ante aquella experiencia para mi novedosa, por lo que tras un difícil esfuerzo volví a meterme de lleno en el libro, tal y como lo hacía mi vecina de asiento que con seguridad leía más rápido que yo.
Terminado uno de los cortos relatos, cerré unos minutos el libro, lo que aproveché para girar mi cabeza y descubrir en la joven su mirada al frente, seria y con cara de esfinge.
Volví a abrir el libro y “Un binomio perfecto” era el título del relato que encabezaba la página, lo que de inmediato me causó una cierta gracia y la duda razonable de si me volvería a acompañar interesada en su lectura. Duda, que tras ladear ligeramente mi libro hacia ella, resolví de inmediato al notar cómo su cabeza se giraba nuevamente hacia el papel cuché, tan grato a su interés.
Relato el del binomio que captó mi atención desde el principio, en el que un niño espera a que su madre salga del quirófano dónde la están operando. Fue en ese instante de la lectura cuando en un movimiento rápido, la joven se levantó, apretó el botón de stop a falta de escasos metros para la próxima parada, instante en el que abandonó el bus.
Lo que le privó del final de un relato que con seguridad le cautivaba. Y a mí de una decisión ya tomada: de comentarlo con ella a su final y de paso conocerla.
2 comentarios:
La verdad es que en estos tiempos que corren es dificil encontrar gente q haga lo q tu cuentas, ya que te miran raro, ya que tee miran como diciendo ¿que hara esta loca? ¿porque lee mi libro? Pero mira a veces puede resultar bien
Interesante relato urbano, Julio.
Aunque parece raro que alguien se ponga a leer nuestro libro no es imposible y puede resultar algo mágico.
Me encantó este relato
Un abrazo
Ana
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