El Rey ha pedido perdón a los españoles por una actuación que él considera improcedente. Y lo ha hecho con manifiesta rotundidad, sin regates ni medias gaitas propios de los que presumen con el banderín de la decencia.
No es tan fácil pedir perdón en estos tiempos que corren cuando estamos sumidos en una crisis profunda que nos acucia a todos y que en lo personal, la responsabilidad de cada uno sólo el mismo la sabe, aunque la silencie y le sea más fácil echar las culpas al vecino.
No, no es fácil pedir perdón, ejercicio para el que se necesita hombría de bien, grandeza de espíritu y franciscana humildad. Y si es el mismo Rey de España quien no ha dudado en suplicar el perdón a todos los ciudadanos, su hombría, grandeza y humildad adquieren mayor grado.
Noble gesto que nos ha servido para calificar y poner en su verdadero sitio a quienes se han aprovechado de una acción que si por sí sola nunca se ha criticado, al coincidir en el tiempo una serie de factores, los pescadores furtivos han acudido al río revuelto en busca de la presa.
Si durante ya cerca de cuarenta años el Rey ha gozado de la simpatía de la inmensa mayoría del pueblo español será por algo, lo que no evita que el gusano ruin entre en la manzana lustrosa con el fin de dañarla. De esto sabemos mucho, pero de pedir perdón, poco o nada.
La botella medio llena es la que nos ha servido, cual prueba del nueve, para saber del alcance y personalidad de un hombre de bien que se presta a pedir perdón en un sencillo acto tan inusual como insospechado, a la vez que extraño. Es insólito en la clase política que nos gobierna, que, cuyos errores son el pan nuestro de cada día, desde el momento en el que el Rey de todos los españoles –para ello ha trabajado- asumió su cargo, nadie jamás, nunca jamás haya pedido perdón en semejante forma, mientras que nuestro Monarca ha sido vanagloriado en ese mismo tiempo por toda la clase política, a excepción de aquellos que restan más que suman empecinados en nuestra división.
Jamás hemos tenido en esta España nuestra una persona o institución respetuosa con toda, toda con mayúsculas, la clase política: ni en la prensa, ni en la radio, ni en ningún movimiento social del tipo que sea, salvo la Casa Real que lo es de todos. Tan real y humana como lo demuestra el hecho de tener un garbanzo negro. Como en cualquier familia española.
Por todo ello es la que mejor nos simboliza, salvo a las que se manifiestan con ruindad que por si solos se representan.
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