Hace ya muchos años, tal tarde como la de hoy era conocida como la del “tercer día de pascua”.
Festiva jornada que al igual que la de ayer lunes cerraban tiendas y comercios –las mañanas laborables- y nos íbamos todos de merienda buscando lugares de huerta, río o playa donde después de disfrutar de la mona con su huevo duro –los había de todos los colores- lechuga y longaniza de pascua con alguna que otra frugal vianda, llegaba el momento de intentar subir el cachirulo hasta hacer “fill trencat”; aunque no lo hiciera siempre.
Con mi pandilla íbamos a Tránsitos: un trozo de la ronda conocido como “la alegría de la huerta” en el que a su largo y bajo los plataneros junto a las planchas de carro se formaba un ribazo que nos servía como lugar de encuentro y disfrute a quienes por sus alrededores vivía. Se extendía un mantel sobre la hierba o tierra, y a merendar. Luego y en los marginales junto a la huerta, practicábamos todo tipo de juegos propios de aquellos días entre los que no faltaban “saltar a la mula”, “chinches y caparres” o el de pagar las prendas.
De aquello no queda nada, aunque aún se vislumbre algún que otro testimonio de tan tradicional costumbre en parques y jardines pero en el que está ausente aquella práctica del unisex que daba pie a las primeras picarescas con el sexo contrario en las que a rienda suelta surgían inocentes picardías que nuestros juveniles cuerpos pedían.
¡Qué tardes!
Pura inocencia y sana diversión la de aquellas abrileñas en las que para su derrame eran esperadas conforme avanzaban los días y en los que no faltaba como brebaje la limonada o zarzaparrilla y el agua de la fuente envasada en aquellas calabazas secas y huecas que cumplían con su misión. El tetrabik aún no se había inventado y el botellón no existía.
Afortunadamente para nosotros y en aquellos años aún faltarían muchos para su llegada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario