En realidad siempre fuimos así, Ramón Palomar: libertario bizarro.
El tigre del Maestrazgo, el carlista Ramón Cabrera, en sus últimos años aceptó el sistema de la Restauración y se abrazó a Alfonso XII con el que llegó a confraternizar. Sabino Arana, por otra parte, quien sembrara la semilla de la mentira, terminó sus días más español que nunca.
Un tercio de siglo después, Largo Caballero se puso a las órdenes de Primo de Ribera y le dijo: ¡Aquí tienes mi sindicato!
Pocos años después, en Febrero de 1936, dijo:
-Si no ganamos en las urnas lo haremos en las trincheras – Nunca aceptó que por su pasado le llamaran facha y cambió su nombre: “El Lennin español”.
Arzallus, patrocinador de loas a un Franco vencedor, se fue a Baviera, subió a su Sinaí particular y cogió el testigo de un primerizo Arana ignorante del alcance de sus panfletos en unas provincias vascongadas en las que el Palacio de Ayete fue el elegido para dar nombre al Consejo Nacional del Caudillo, en cuya capital guipuzcoana se encontraba a gusto el General con el beneplácito de sus vecinos, por lo que disfrutó de sus playas en muchas jornadas estivales.
Igualmente, en dónde si no, el General recibía mayores agasajos era en la ciudad condal donde la Vanguardia Española le ponía al día de los avatares del España Industrial cuando éste era el filial de un prestigioso Barcelona CF, a la sazón equipo de fútbol y sólo eso.
Más cercano a nosotros, sabemos de un Juan de la Cruz Fuster Ortells, natural de Sueca, falangista convencido y con carné, quien años después y aparcando sus correajes se mutó a Joan Fuster para conseguir por el morro una Cátedra en la Universidad de Valencia “fruto” de una carrera que nunca había estudiado.
Y qué decir de tantos y tantos actuales socialistas, hijos del régimen franquista a cuyo amparo sus padres alcanzaron nombre y prestigio para figurar en una lista interminable que para completarla harían falta resmas y resmas de papel o un pendrive de 100 Gb.
Son unos leves retazos de una extensa historia que ahora se oculta como en Francia el Gobierno de Vichy, el viejo colaborador nazi, que a las órdenes de Francia ahora se silencia.
De todo ello nos habla Ramón Palomar, de unas “fidelidades mutantes” que sólo los ignorantes niegan. Aunque no sólo sea la ignorancia lo que les lleve a ello. Es otra cosa.
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