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20 junio 2008

SANTORINI Y MICONOS













Día 11 Santorini

Amanecimos frente a la isla de Santorini, con su capital Fira y la localidad de Oia, visitas obligadas en la isla y que más tarde conoceríamos. La mañana presentaba su aspecto más limpio y la luz resplandecía sobre la isla donde el mar y cielo se unían en una línea tan infinita como difuminada. Llegamos hasta Oia en autobús, localidad situada en un extremo escarpado de la isla, con bajada en teleférico hasta el mismo puerto, junto al embarcadero.

De la isla de Santorini, producto de una explosión volcánica, se desgajó Creta desplazándose ésta hacia el sur del Mediterráneo. Santorini, cuyo nombre lo recibe de Santa Irene de su época bizantina, forma parte de la boca de un volcán cuyo perímetro de 32 millas se observa desde lo alto de Oia. Su profundidad, mayor de 300 metros, queda oculta por la superficie del mar y pequeñas islas forman el círculo del cráter en una zona conocida como “caldera”. En una de ellas, aún caliente por las emanaciones que recibe de las entrañas de la tierra, existe una zona de aguas sulfurosas que son utilizadas para baños beneficiosos para la salud.

En Santorini, que forma parte del archipiélago de las Cícladas en el mar Egeo, existen unas 300 pequeñas iglesias privadas y sus casas de formación rectangular se rematan con techos curvos, encaladas en tonos blancos y azules en recuerdo de la bandera griega. Pese a sus intentos, los turcos no consiguieron dominarla, quedando a salvo los isleños de su huella destructora. La isla, de 69 km de costa, sufrió el último terremoto en 1955 y el nombre de su capital Fira es en homenaje a un espartano benefactor de la isla.

Visitamos el pueblo de Oia, situado en lo alto de un acantilado que nace desde una ladera que más parece una alfombra de tonos verdes y cobrizos, repleta de chumberas que asciende formando cortes de tierras rojas y negras que contrastan con el encalado de sus casas situadas en lo alto. En su corte escarpado, sus callejuelas estrechas repletas de tiendas ofrecen al visitante el amplio muestrario de iconos, guiñoles, marinas, bisutería, plata y oro incrustado sobre sus blancas paredes, las que pincelan bellos rincones e invitan al clic constante de la máquina digital. Al final del acantilado, las casas escalonadas descienden hasta el mar, recreando uno de los más bellos parajes griegos desde el que se observan las más bellas puestas del sol.

Fuimos invitados a una degustación de vino, producto de sus viñedos, sobre una amplia atalaya donde imaginar el amplio cráter hundido en el mar era más perceptible, así como conseguir la mejor foto. Y tras recorrer las calles de Fira, la capital, visitar la catedral ortodoxa y tomar una cerveza en un mirador sobre el mar, nos dirigimos hacia el teleférico, que en rápida bajada nos situó en el lugar de embarque que en rápidas lanchas nos llevaron a nuestro crucero.

En Santorini, sus viñedos, la recolección de esponjas de mar y piedra pómez junto al turismo son las bases en las que gira la económica de la isla, así como las plantaciones de sus famosos pistachos en árboles de más de dos metros de alzada.
Santorini, donde sus puestas de sol, mundialmente famosas, son reconocidas como las más bellas. Y fue una pena no contemplarlas, porque MCS Música se pasa todas las noches viajando bajo las estrellas, tragando una milla tras otra en busca de un nuevo destino.

Descansado en el balcón de nuestro camarote, el mar de plata de las seis de la tarde ofrecía su calma reparadora. Las aguas del Egeo ofrecían el aspecto de una alfombra de plomo con baños de plata, merced a los reflejos incrustados en su tenue oleaje de suaves caricias que más aparentaban la textura de la lana, tan agradable al tacto siempre.


Miconos

Llegamos a Miconos para recorrer sus calles limpias, la pequeña isla del lujo y del glamur repleta de tiendas caras en las que el buen gusto y el mejor cuidado eran su mejor credencial. Pasear por sus callejuelas es un placer inolvidable mientras anochecía; y su media luna, generosa, desprendía su estela sobre las aguas de sombras negras, espiadas por pequeñas embarcaciones que ofrecían sus servicios al trasiego de gentes desde las orillas de Miconos a los cruceros anclados sobre las aguas. De ellos destacaba el gigante MCS Música, cual dios pagano que domina la pequeña y bella isla de las Cicladas.

Cenamos en un lugar de ensueño, eficazmente elegido por Mireia al que tanto Eloy, su esposo, como nosotros, dimos rápido el visto bueno, convencidos que la elección era de las mejores. Salvadas las dificultades idiomáticas gracias al inglés de los recién casados, todo salió perfecto, en una corta pero eficaz visita a la idílica isla de Miconos.

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